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sábado, 16 de mayo de 2009

BACK TO SCHOOL

Regresar a la escuela es un sueño, una idea descabellada de tomar actitudes contrarias a la “formación” de la persona ante la sociedad. A cuantos nos gustaría volver para hacer cagar a un compañero o besar a la chica más linda de la promo, hasta golpear al auxiliar del turno de la mañana o darle sus 20 luquitas al profesor de matemática para salir aprobado.

En mi caso durante la primaria me esforcé de manera desmedida por ocupar los primeros lugares académicos. Lo máximo que logré fue en cuarto de primaria disputarme el tercer puesto con una rara compañera. Luego durante un concurso de Lenguaje y Literatura competí con todas las secciones del Quinto Grado y gané el primer lugar.

Al colegio no voy más
La diferencia abismal de mi rendimiento académico estuvo en la secundaria pues me afectó el cambio al salir de un colegio privado mixto hacia un colegio nacional de varones. El primer día de clases fue una mierda. Llamaban por lista a cada alumno y al llegar mi turno me levanté de la carpeta y saludé respetuosamente al profesor, cuando me senté caí al suelo. Fui el hazme reír del aula, un jijuna gran puta de compañero me había jalado la carpeta.
Durante los tres primeros años de la secundaria considero que fui el “lorna” del salón pues o me golpeaban peor que piñata de mongolito o aprovechaban mi incapacidad física para que les haga las tareas a algunos caras de palo (conchudos).
Recuerdo que en tercero de secundaria, cuando tenía 13 años de edad me empecé a evadir de algunas clases. Química, Matemática y Religión eran los cursos donde mi carpeta permanecía vacía. Andaba con un pata que fisicamente de orejas grandes irónicamente le preguntaba: “Orejón me escuchas?” y el respondía: “Fuerte y claro”.
Íbamos por los lugares más inhóspitos del colegio, pues el local es una casa antigua, edificada en la avenida Bolognesi, en el centro de la ciudad de Chiclayo. Al cole le llamábamos Labarthe High School (Pedro Abel Labarthe Durand, su nombre original)

Poder, poder y más poder
El primer día de clases en cuarto de secundaria me eligieron Policía Escolar y me asignaron la responsabilidad de tomar la asistencia de mis compañeros que se avizoraban (la mayoría) como prontuariados cabecillas de bandas organizadas o viles delincuentes comunes.
Desde aquel momento empecé a saborear el poder, tenía el control de la situación, veía sumisos a aquellos compañeros que años anteriores me agredían hasta hacerme llorar. Esta vez yo era el amo y señor del aula.
Así disfruté todo el año, obvio que me gané muchos enemigos por situaciones estúpidas propias de nuestra adolescencia, sin embargo mantuve el respeto no solo de mi salón si no de toda la pre promoción.

Para el año siguiente me reiteraron la confianza por mi “buen desempeño”, esta vez no fui tan cruel con los compañeros, pues el último año en la secundaria sería fundamental para tomar decisiones sobre mi vida futura. Recobré la amistad con la gente del lonsa e hice harta patería con muchos manes de otras secciones.

Algunos patas me alucinaban con mi actitud alocada, pues la influencia de la música de Sepultura, Pantera, Metallica y White Zombie definitivamente que me marcó. Así me gané el chaplín de “Loco Sonaja”.
Ese quinto año de secundaria todos nos volvimos hermanos, casi y vivíamos juntos, sin embargo hay un caso especial en esta historia.



Remember me
Tuve un compañero con quien estudié toda la primaria, era el mejor alumno, recontra chancón, siempre primer puesto y otros méritos que no alcancé; en algún momento creí que era mi mejor amigo pues en la niñez si que andábamos juntos, pero al trasladarnos de casa con acné incluido ese man se creció.
Acepto que fui académicamente uno de los peores alumnos de mi aula, pero eso no me dejaba tener aspiraciones a convertirme en periodista profesional.
Las últimas semanas en el cole, llevé un cuaderno e hice que todos mis compañeros de aula dejaran un recuerdo.
Este último fin de semana al regresar por Chiclayo y hurgando entre mis pertenencias encontré aquel susodicho ahora amarillento recuerdo. Al revisar detenidamente encontré la huella de este compañero.
Textualmente dice: “Abraham, espero que al salir del colegio puedas decidir hacer algo por tu vida. Ojala que llegues a ser alguien, aunque lo dudo, pero de todas maneras te deseo suerte, aunque no creo que llegues a ser nada”.
Es sorprendente como cambian los papeles y que tan sinceros o hipócritas puedan ser aquellas personas con la que compartiste más de 10 años de tu vida. Recuerdo cuando yo vivía en Chiclayo y hacía prácticas en un canal por el año 2003 haberme encontrado con él.
No era ningún connotado intelectual, no había ganado un Premio Nóbel, no gerenciaba una entidad financiera, no había vacacionado por alguna paradisíaca playa del Caribe, estaba jodidamente peor que yo. Ahora solo le deseo buena suerte.

En el colegio prefiero escaparme a la hora de recreo, ocasionar las bromas más destructivas o torturar psicológicamente a los subordinados compañeros. Cuando tienes poder todo es posible, pero cuando eres diferente siempre encuentras una luz al final del túnel.